
Esta convencida de que, de todas maneras, no es una sola persona, sino muchas que se pelean constantemente por salir de ese cuerpo que la delimita. Envidia al viento, inquieto, indomable, invencible, sin miedo al cambio, porque apenas lo necesita. Solo quiere saber qué dirían de ella si la conociesen en ese espacio atemporal. ¿Afirmarían que era mejor antes? ¿O que le faltaba madurar? No sabe qué hay al final del camino amarillo de arenas movedizas, pero está tan convencida de que será tan maravilloso que quiere continuar siendo la misma para poderlo disfrutar al máximo porque, si ni ella será capaz de reconocerse mañana, ¿cómo sabrá qué hacer?
Y, de nuevo, cuando los minutos dejan de correr, se da cuenta que, sorprendentemente, no comprende ese afán por lastrarse con una o dos palabras que le digan cómo ser, cómo pensar. Antes no era todo lo que es ahora y mañana quizá no sea todo lo de ahora, porque habrá aprendido a ser diferente. Porque ella puede ser huraña y alegre, introvertida y extrovertida, feliz y triste a lo largo de las horas. Así que chasca los dedos y, por primera vez, decide dejarse avanzar.
Imagen: Pexels
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