lunes, 14 de marzo de 2016

Tú siempre decías

Tú siempre decías que si, en tu fuero interno, tenías la duda de si algo esta bien o está mal, seguramente no era correcto y no debías hacerlo. Esa, aunque no lo sabes, es una de las frases que me hacen pensarme las cosas dos veces antes de actuar.

Tú siempre decías que no podemos ser personas dramáticas, que hay que actuar, que no debemos compadecernos de nosotros mismos porque eso solo nos hace débiles. ¿Entonces, por qué lo haces?

Tú siempre decías que podía contar contigo y, de un tiempo a estar parte, eso no es cierto en absoluto.

Un bebé apoya su mano sobre la de su padre.

Tú siempre decías que el respeto y la clase se ganan, se hacen, se pelean. Entonces, ¿por qué te crees superior a mi solo por ser quien eres?

Tú siempre decías que había determinadas personas que te parecían gilipollas por haber logrado que quienes les querían les dejasen de hablar. ¿Irónico, verdad?

Tú siempre decías que la reciprocidad es necesaria. Que las personas debían intentar agradarse mutuamente para caerse bien. Entonces, ¿por qué tú nunca haces nada? ¿Por qué te has convertido en un ser inmóvil?

Tú siempre decías, siempre hablabas, siempre afirmabas, pero las palabras desaparecen con la misma velocidad con la que las demostraciones se abren paso.

Es curioso, hace años que dejaste de conocerme mientras te dedicabas a juzgarme y yo, muda hasta ahora, me sé de memoria tus pensamientos y tus entrañas.

Perdiste la perspectiva, olvidaste la importancia, te olvidaste de mí y ahora eres incapaz de recordarme, de verme, de comprender nada que salga de tu dimensión. Y yo ya no puedo iluminarte más el camino. Se han apagado mis luces, se han muerto mis ganas. Quizá, siguiendo tu ejemplo nuevamente, yo también he borrado mi memoria. Hoy, por primera vez, no quiero que me veas y me reconozcas. Ya no quiero escucharte. No quiero que digas nada más porque corro el riesgo de volverlo a creer.

Imagen: Pexels

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